No lean esto.

Sé que no le harán caso al título, pero se vale un intento de convencer a mi subconsciente de hablar sobre esto sin querer desaparecer por 7-10 días, laborables o sin querer tirar mi celular al océano y seguir sus pasos después.

¿No les pasa que… sienten algo, que no quieren sentir, pero que siempre está presente; así que lo tratan de enterrar y enterrar en lo más profundo de su ser para ver si ahí, en el fondo del abismo de tu cerebro, se pierde o se desvanece—pero termina no siendo así, termina siendo como un volcán, donde la presión continúa aumentando interna y silenciosamente, hasta que explota?

(…¿No? ¿Solo a mí?… Oka.)

Eso, es lo que está ocurriendo dentro de mí actualmente y, aunque usualmente continuaría siguiendo enterrándolo sin importar cuán horrible sea la explosión, no creo que estoy ni en una etapa de mi vida donde esté … emocionalmente estable y no creo que quiera ni pueda manejar las repercusiones que le seguirían a la gran explosión de Mount Paradojitis. Por suerte, para eso están ustedes. Para eso, creé esto.

Déjenme explicarles entonces—sino por darles una imagen más clara del por qué decidí compartir mis secretos más profundos con el mundo, por justificarme a mí el hecho de que, efectivametente… estoy compartiendo mis secretos más profundos con el mundo—por qué siento que es necesario que comparta estos sentimientos con ustedes, de una manera que ambos podamos comprender.

En el episodio Greasy Buffoons (S7E12) de Spongebob, Mr. Krabs se da cuenta de que su «grease trap» se está desbordando, y siendo lo maceta (tacaño/duro/»cheap») que es, decide no disponer de la misma de forma apropiada, sino que va detrás del Chum Bucket (el restaurante que es su competencia, el de Plankton—si les tengo que explicar cosas básicas de Spongebob, no entiendo que hacen aquí, pero lo hago comoquiera porque pues. Los quiero.) y vacía toda la grasa acumulada en la parte de atrás. La mañana siguiente, cuando Plankton se levanta a sacar la basura, se resbala en la grasa y se percata de que esta sustancia pegajosa y apestosa, sabe deliciosa. Y en otro intento desesperado de sobresalir culinariamente, usa este «regalo» que le llegó para atraer clientes.

En fin, termina siendo exitoso y resulta en una guerra de quién le puede alimentar más grasas tóxicas a sus clientes. A lo que voy—Mr. Krabs en realidad buscaba disponer de su grasa (metafórica para efectos nuestros pero literal para el episodio) por beneficio propio. En una búsqueda egoísta de facilitar su vida, sin tomar en consideración cómo afectaría a los demás, inconscientemente beneficia a su rival.

Aunque ustedes no sean mis rivales y mi grasa metafórica sean sentimientos (que me persiguen como si estuviera nadando con tiburones y de la nada caigo en regla), intento decirles que, aunque este instante de compartir mis emociones sea parcialmente egoísta, y un intento de mi parte para desenterrar la presión acumulada y evitar la explosión del volcán, puede que se beneficien de la misma. (Supongo que un ejemplo más fácil hubiera sido decirles que les cuento esto para establecer un tipo de relación simbiótica mutualista, donde ambos nos beneficiamos mutuamente, pero había decidido no pasar el trabajo de buscar cómo se llamaba el término científico (mutualism) (y comoquiera terminé buscando eso + el nombre del episodio de Spongebob…). Además, se escucha demasiado simple y busco alargar esto para que se aburran y dejen de leer. (risa malévola)

Supongo que ya, al establecer esto, puedo hablarles entonces sobre esta… experiencia, llamémosle, que me atormentó (y mentiría si digo que no continúa atormentándome) por mucho tiempo, y pienso que gran parte de eso fue el peso que conllevaba sentir que era la única que había llegado a sentirse así; al ir creciendo y viviendo distintas experiencias (bueno, en realidad… viendo muchos Tiktoks acerca del tema), aprendí que era una experiencia algo común (por lo menos en la comunidad LGBT+, o sea, en el lado gay de Tiktok…) y una que… siempre he querido compartir.

Una que siempre he sabido formaría una parte casi fundamental del libro de mi vida. Una que, de hecho, en parte es en lo que se basa la serie ficticia (basada en mi vida—o en la adaptación de mi «memoir») que me imagino mientras me baño y la que me hace sentirme como su parásito mutualista (en compartir esto con ustedes, espero poder ofrecerles algún tipo de guía o consejos, un tipo de comfort en que sepan que (1) no están solos en estos sentimientos (2) suele pasar más de lo que quisieramos y en realidad está fuera de tu control y (3) en que, eventualmente… estarán bien. (Yo todavía no pero, ustedes sí.)

No sé ni cómo decirlo, así que seguiré dándole vueltas metafóricas a mi punto. (Bare with me. Nunca he compartido algo… así con el mundo, pero es necesario para mi experiencia escritoresca.)

En el 2014, siguiendo el éxito de Awkward, MTV sacó una serie llamada Faking It. La serie, se basa en dos mejores amigas (Karma & Amy) que van a una escuela distinta, dónde ser diferente es lo «cool». Luego de que en una fiesta piensan que son pareja, las nominan para Prom Queens, (Karma) lo ve como una oportunidad de ser popular (y de entonces, tirarse al muchacho más popular de la escuela por el lado—Gregg Sulkin, el que hizo de Werewolf Mason en Wizards of Waverly Place, no sé en que otras cosas sale). Amy, dudosa, acepta fingir ser novias por complacer a Karma, pero en el desenlace de todo, descubre que sus sentimientos por su mejor amiga no son falsos y que la única fingiendo sus sentimientos era Karma. No les contaré la serie entera (aunque solo hayan sido tres temporadas), pero estoy tratando de decirles que… yo me identificaba mucho con Amy. (Espero que entiendan lo que intento decir porque no creo que pueda escribirlo concretamente, pero aunque nunca tuve una relación falsa (porque mi vida solo parece ser una película o de horror o de drama, no hay un in-between) con nadie… me identificaba con Amy.)

Todos se dieron cuenta antes que yo, lo que lo hizo más confuso aún. Aunque en el momento no sabía lo susceptible que es el cerebro a recursos externos, sean reales o no, siempre permaneció la duda de que la idea de que esos… sentimientos existieran (sí, lo dije bien. «la duda de que la idea«), en realidad había nacido de los demás y mi cerebro—para justificar el peso que cargaba en el pecho, para concretizarlo a ver si entonces se desvanecía o podía lograr soltarlo—lo aceptó. Al aceptarlo, se siente real aunque no lo sea, necesariamente.

Busqué toda manera de justificar mis sentimientos. «Nunca he tenido una amistad así, estoy confundiendo mi afecto.» (Siento que esta metáfora solo tiene sentido para… ti.) «Efectivamente, no es Juan, es Pedro.» Y la batalla constante que le siguió decidir por quién latían mis mariposas internas. (No eran por Pedro.)

Pensé que estaba proyectando mis deseos peliculistas, y que los sentimientos nacían de la añoranza de tener una relación aún más profunda con alguien más y pensar que sería imposible que cualquier otra persona pueda entenderte, conocerte, o hacerte sentir del mismo modo que… ella. Pensar que la paz y la comodidad que sentía (que en realidad siempre fue ficticia porque no recuerdo una sola vez dónde las mariposas en mi estómago y en áreas… inferiores no se hayan ido en un viaje de Monster Energy y hayan tratado de explotar fuera de mi—literalmente, vomitaba mucho. Y si algo he aprendido en el camino hacía mi pre-pre-quarter life crisis es que mi estrés y mi ansiedad se proyectan en mi estómago) al estar juntas nunca se compararía con estar con ninguna otra persona, o que nadie más sería capaz de saber tanto de mí y seguir aceptándome.

Mis sentimientos me traicionaron y buscaban hacer todo lo posible por torturarme de la peor forma. Romantizaban esta idea de que, iba a mágicamente lograr un Reik y lograr ser no solo su mejor amigo y el pañuelo de lagrimas, de amores perdidos; sino lograr ser ese por quién te desvelas y te desesperas, como si logras ser su llanto (ya saben, ese que viene de tus sentimientos). Mis sentimientos ponían a esta persona en un altar, como si genuinamente fuera la última Coca-Cola del mundo (sufro de adicción severa al refresco, si solo quedara una en el mundo creo que la glorificaría y me tomaría una gota diaria), y me hacían pensar que, nadie nunca iba a conocerla tanto como yo, por tanto— nadie, nunca, la iba a valorar y aceptar del mismo modo que yo, sería imposible.

Mis sentimientos… mi mente, mi corazón… todo, se irrumpía diariamente al pensar que si de verdad la amaba, la debería dejar ser feliz. Si de verdad la amaba, aceptaba que no era mutuo, que solo era una amistad profunda, distinta a cualquiera que había conocido y solo al aceptar eso podría seguir adelante con la amistad de una manera saludable y no casi posesiva—celando y sobre analizando cada vez que salía con parejas y no conmigo —o que me dejaba sola por estar con su pareja; aceptaba que solo sería una amistad y aunque existiera la posibilidad de que no lo fuera, aún así no la tomaría porque, ¿quién pondría en riesgo una amistad tan… genuina?

¿A quién se le ocurriría perjudicar una amistad que casi concordaba con mi fantasía de amistades tipo serie (donde yo soy la amiga rebelde que básicamente vive en casa de la protagonista (Lily de Hannah Montana, Sam de iCarly, Harper de WOWP, Chelsea de That’s So Raven, etc.) y mi contraparte es la mejor amiga que me comprende y me tranquiliza y que, no importa que, al final del día (o bueno, de los 21 minutos del episodio), estaremos bien)? ¿Quién pondría en riesgo el equivalente de la Cece de su Jess, el Timón de su Pumba, el Shrek de su burro?

Spoiler Alert:

(Spongebob Squarepants S2E14)

Bueno, aunque técnicamente, no fui yo. (Éramos un trío (los grupitos de tres nunca funcionan, si tienen uno, corran antes de que sea muy tarde. O añadan un cuarto) y la otra se percató de que me dolía demasiado cuando hablábamos de parejas, o bueno… cuando ella hablaba de parejas. Cuando no me quedó de otra que confesárselo, cometí el error de dejar la evidencia en mi teléfono y pues… eventualmente todo se sabe, no? )

Siendo completamente honesta, yo hubiera preferido continuar sufriendo en silencio. Escondiendo y enterrando mis sentimientos y fingiendo que a mi corazón no se le salían pedacitos todos los días, era más fácil que enfrentar la realidad. Era más fácil que tener que manejar las repercusiones que le seguirían a la verdad.

Era más fácil continuar sufriendo en silencio porque siempre sería un amor no correspondido, que tener que cargar con el peso de saber, o supongo.. de pensar que nunca podría ser la amiga «cheerleader«. Nunca podría, genuinamente, emocionarme por los desenlaces románticos de ella, ni darle consejos positivos sobre el próximo que viniera a menospreciarla—pensaba yo, verdad.

Era más fácil permanecer guindando sobre el risco del no saber, sosteniéndome solo de una pequeña rama de fe que estaba apunto de romperse—mi forma poética de decir, pensar que era un amor que nunca sería correspondido era mejor que confirmarlo.

La palabra clave, aquí, siendo confirmar. Ella saber me quitaba mi ramita de fe y establecía si, (1) efectivamente no estaba loca y el sentimiento era mutuo y lo que le seguiría eran muchas conversaciones de cómo hacer que algo… así funcione, o (2) si todo este tiempo la fe que me sostenía fue creada por mi propio ego en un esfuerzo de no derrumbar por completo la torre de Jenga de mis sueños.

El ella saber le abría la puerta a muchas conversaciones incómodas—fuera la que fuera su respuesta, una vez llegó a saber, era casi inevitable que… nada sería igual después.

Una carta a ustedes, supongo. <3.

Esta debe ser la undécima o duodécima vez que me siento a mirar un papel virtual, buscando vaciar el cubo de pensamientos que invade mi cerebro en el momento, buscando cómo sanar los tijerazos que el universo continua dándole a las cuerdas sosteniéndome en el planeta, orando que una solución para dejar de despertarme ansiosa todas las mañanas en la madrugada se aparezca mágicamente, como si le dejara a Dios o al fantasma del gato de mi vecino un canvas vacío, una ouija moderna que les permite iluminarme el camino hacia la sanidad. Y aún así, al intentar obligarle a mi mente y a mis manos a sentirse escritorescas (con tal de no sentir ganas de pegarme un ti—*cough* de no sentirme como una… homicida personal), no encuentro ningún deseo ni intención de escribirles sobre mí.

Últimamente, el peso de la vida se siente más real, más profundo. No sé si sea la adultez, la depresión, que la luna está en Mercurio, o si es que simplemente estamos en tiempos difíciles todos; pero el universo esta como extra welebi—. Ya no siento que voy bungee jumping para restrallarme; se siente como si voy nadando en un océano—inmenso y profundo; de los que te hace querer tener luz en exceso con tal de siempre ver tus pies y lo que vive debajo de nosotros—y que cada vez que intento subir a la superficie, cada vez que intento salir a exhalar aire fresco y no el del tanque enganchado a mi espalda, algo me agarra por los pies y me hala hasta el fondo… una y otra y otra y otra vez.Mi miedo… es que siga ocurriendo hasta que el tanque de oxígeno se agote y eventualmente no tenga… las fuerzas, de seguir intentando subir. Que el peso sea tanto que simplemente me deje caer, me deje llevar por la corriente a explorar el 80% de los océanos que nos faltan por recurrir. Y aunque sí, para mi escribir es terapéutico, al sentarme aquí no encuentro el interés ni el deseo de hablarles de mí, ni de compartir la bolsa de pensamientos que me hala hacia el fondo, no busco soltarles el peso inmenso que me sigue halando los pies; prefiero hablarles de otras cosas, de escribir sin propósito ni sentido, como la vida, y ver que sale.

Me disculparía por el hecho de que nada de lo que le siga a esto tenga mucho sentido, pero en este punto de nuestra relación, ya deben estar conscientes de que yo rara la vez tengo sentido. (BTW, me disculpo por desaparecer por un mes. Les juro que intentaba escribir y escribir y… nada. No se si era la presión que me puse a mi misma, de querer solo seguir aumentando sus expectativas (sí, las de ustedes, mis lectores. Esto es… para ustedes, en realidad. Por mí, pero para ti) y no decepcionarlos o aburrirlos; o si es que el diablito de la ansiedad está bloqueando mis habilidades escritorescas con tal de aislarme del resto del mundo.)

No he completamente psicoanalizado mi necesidad de proveer evidencia para las cosas (en forma de memorias específicas que le hacen creer a la gente que tengo buena memoria), aun cuando no me lo piden ni les he dado razón para no creerme, PERO; durante el tiempo que estuve MIA, intente ser Buzzfeed y hacerles una lista de 10 peliculas y series poco comunes, de las que, si he visto, que les recomiendo. Y les describía la película y le daba un rating, y los asociaba a otras series/películas, pero pues… (1) No me sentí lo suficientemente cómica como para poder ser Buzzfeed exitosamente (2) No he visto suficientes películas como para recomendarles otras similares. Intente después hablarles de mis teorías de Spongebob; de como el creador, como biólogo marino, basóla serie como si fuera tipo The Office, pero un nature documentary (que creo ya les habia llegado a mencionar), pero iba a profundizar en ella y ofrecerle evidencia concreta de la misma, pero pues

El único pensamiento que me consumía era, a quien, a parte de a ti, le va a interesar un análisis profundo de Spongebob, y pues… nunca logro terminarlo. Intente entonces hablarles de mi relación con la religión, y de una intentar integrarles la disonancia cognitiva (que es una manera fancy y psicológica de decir que nuestro cerebro justifica nuestras acciones a nuestro favor, siempre, por mas que intentemos de que no o queramos pensar que no). Comencé a contarles sobre mi experiencia en un retiro religioso (top secret—confidencial, que no les puedo contar nada porque sino los tendría que matar jajajajajaja…. Enserio.) de tres días, donde el segundo día por la noche preguntaron quien todavía no había sentido la presencia de Dios y las únicas dos que se levantaron fuimos yo y otra muchacha, y de cómo eventualmente me di cuenta de que una línea en la película Easy A tuvo más efecto en mi relación con Dios que ese retiro—y que no dejarme llevar por los métodos convencionales arcaicos de la religión me otorga la libertad de desarrollar mi propia relación con Dios; una donde no lo veo como alguien que castiga a su prójimo, ni que odia a los gays o que me va a mandar al infierno por la vez que le contesté a mi mamá después de que me dijo que no le contestara; lo veo más como… no sé, un Amigo. Alguien que vela sobre mí y me escucha de vez en cuando y si llegara a necesitar una manera urgente de exhalar… ahí estaría.

Lo más concreto que llegué a escribir, que me emocionó porque pensé que nuevamente había encontrado inspiración y musa (después de acabar la serie Dickinson en AppleTV+, véanla. La protagonista esta buenísima—digo, la serie. La serie esta buenísima. (Hailee Steinfeld if you ever read this,  im free on Thursday night and would like to hang out. Please respond to this and then hang out with me on Thursday night when I’m free, on Thursday night. When Im free), fue que encontré un libro sobre las historias (The Science of Storytelling, de Will Storr) y el escritor logra concretizar y validar la importancia de las mismas usando bases científicas, psicológicas e históricas. Le dio validez a mi lado escritoresco y, al mismo tiempo, sufri el trauma de ver el ultimo episodio de la serie Killing Eve (si, Así de malo estuvo y no soy la única que lo piensa. Adjunto la evidencia.) y me ayudo a darle validez al hecho de que (todavía, una semana después) no puedo ver escenas del episodio sin llorar. (Y no digo esto lightly, yo no lloro. No les estoy diciendo que me da sentimiento, o que se me aguan los ojos—no, lloro. Lloro como si estoy viendo la escena de Dos Oruguitas en Encanto por primera vez, o si nuevamente estoy sentada en una sala de cine en el 2008 viendo como Owen Wilson se despide del mejor actor canino que he presenciado, en Marley & Me. Lloro como si el final que le dan a los personajes es el mismo que me tocara a mí.)

Source: @holyorchard (twitter)

Logre irme en un viaje profundo sobre como mi tendencia de evitar ver películas nace de esta tendencia extraña que tengo de sobre relacionarme con los personajes, al punto que desarrollo esta añoranza, casi una necesidad de que terminen bien. O si no bien, con un final que me gustaría para mí. De como ciertas películas, de las que tratan de terminar con un final distinto al que uno usualmente esperaría, requieren tres a cinco días laborables para procesarlas emocionalmente, porque es como si vi mi vida entera (o por lo menos, los próximos 10 años de ella) en una película de hora y media, y necesito tiempo para procesarlo. Les hablo de como pienso que los medios de entretenimiento deberían ser un escape de la realidad, de otorgarnos a nosotros—los mortales propensos a los tijerazos (negativos…porque pues… tijerazos de otros lados son bienvenidos. Hailee, I’m free on Thursday if you want to hang out on Thursday.) del universo—la oportunidad de exhalar y despejar la mente. De hecho, escribi que;

Podamos, por ya sean treinta minutos o dos horas y media, olvidarnos de nuestros problemas y podamos enfocarnos en los de personajes ficticios. Que podamos no pensar en lo que tenemos que terminar para el trabajo, o en si deje o no la estufa prendida, que no tenga que pensar en cómo voy a pagar por la vez que choqué el carro de—*cough*; ya saben, problemas que nos consumen a todos; y podamos pensar en cómo Robert Pattinson va a lograr estar con Catwoman (no la he visto, pero quiero), o en lo cómico que fue que Bella genuinamente sintió que el “It” boy misterioso de la escuela pensaba que ella apestaba y ella comoquiera se enamora perdidamente de él.

“Y no es que quiera que todo siempre sea un escape feliz, y que en todas las películas veamos la misma estructura de conflicto donde, no importa lo que pase, al final del día, el mundo va a ser color de rosa y felicidad—y llueven flores. No. Estoy clara que a veces, el escape que uno necesita es ir a una sociedad distópica en donde, una vez al año podemos hacer lo que nos da la gana por 24 horas; o a veces necesitamos pensar en cómo sería la vida si nos tuvieran que dividir por distritos y mandarnos a pelear por comida (no sé, tampoco la vi… na, embuste, esas sí. Genuinamente no recuerdo por qué es que se van a los juegos).

Sé también que a veces no necesitamos un escape, sino una perspectiva distinta. Y que las películas que tienden a reflejar la sociedad real, o a narrar historias con finales… no felices, a veces nos ayuda a ver nuestras situaciones de otra manera y tal vez, nos ayuda a salir adelante (o sea, que se relacionen a los personajes, de modo saludable (a diferencia de mi), y logren proyectar sus problemas en ellos para así tomar ideas de cómo superarlo).

Sin embargo, también estoy consciente de que muchas de las series que más me han gustado, han sido victimas de malos desarrollos en sus historias, de escritores que parecen no saber como concluir sus historias (dice la que nunca sabe cómo concluir ni una salida con mis amigos), o de que terminan perjudicando el desarrollo de sus personajes y narraciones, por “shock value” o por intentar integrar elementos que estén “trending” al momento—que aunque no le sirva de nada al desarrollo, tener ciertos elementos aumenta vistas, así que, por qué no?

Luego, citaba al tipo que escribió el libro que les dije, porque el dice que,

“We beetle away happily… with the fact of the void hovering over us. To look directly into it, and respond with an entirely rational descent into despair, is to be diagnosed with a mental-health condition… The cure for the horror is story. Our brains distract us from this terrible truth by filling our lives with hopeful goals and encouraging us to strive for them. What we want, and the ups and downs of our struggle to get it, is the story of us all. It gives our existence the illusion of meaning and turns our gaze from the dreadThere’s simply no way to understand the human world without stories. Stories are everywhere. Stories are us. It’s story that makes us human. Recent research suggests language evolved principally to swap ‘social information’ back when we were living in Stone Age tribes… Stories about people being heroic or villainous, and the emotions of joy and outrage they triggered, were crucial to human survival. We’re wired to enjoy them.”

Will Storr, «The Science of Storytelling»

En otras palabras, que cualquier persona que llego a decirme que ser escritor o que contar historias no era esencial, (me puede mamar el b—*cough*)… estaba erróneo.

Sin embargo, nunca logro terminar mis ideas. No logro concretizar el mensaje que quiero transmitir. No logro sentir que mis habilidades escritorescas son lo suficientemente poderosas como para lograr entretenerlos al hablarles de cosas que no son de interés general, de las cosas que la sociedad (mía, por lo menos) me ha condicionado a pensar solo me interesan a mi así que tengo que buscar maneras creativas de explicarlo. Es como el anuncio de Chef Boyardee donde el chef les guiñaba a los papás porque ahora contiene 2% de vegetales. Por tanto, tu hijo es feliz (ustedes están entretenidos leyendo mis rants incesantes de todo y nada donde intento compartir los 70 pensamientos que están entrando en mi cerebro a la misma vez) y tú como padre te sientes más tranquilo dándole su dosis diaria de Chef Boyardee a tu hijo sin sentirte culpable porque por lo menos está consumiendo 0.01% de brócoli sintético (o sea—duermo con la tranquilidad de pensar que efectivamente leyeron algo que posiblemente no les apasiona a ustedes, pero a mi si, y logre transmitir esa pasión de tal forma que no se aburrieron o decidieron darme “unfollow”). Y aun así, no creo que le llegue ni a los tobillos al Chef Boyardee metafórico de mi mente.

No se. Mi inspiración viene y va últimamente, se me hace difícil silenciar al diablito metafórico que se me sienta en el hombro izquierdo. PERO, no se preocupen. Mi psicóloga me esta ayudando, y una de las asignaciones que me dio fue escribirles cartas a las personas, por… distintas razones, pero pensé comenzar con ustedes.

Aunque Freud Jr. (el diablito de mi hombro, le puse nombre) intente hacerme borrar esta página con todo, o me hace dudar de mis habilidades, o pensar que mis palabras no tienen poder; ustedes han estado ahí. Genuinamente, recibir mensajes de extraños diciendo que se relacionan a lo que cuento, o que lo disfrutan, o que lograron reflejarse ustedes mismos en mis palabras; me llena el corazón de una manera inexplicable y me hace querer seguir luchando por este sueno que tengo desde que tengo memoria, y de lograr impactarlos del mismo modo que otros me han impactado a mí. De establecer una relación virtual y metafórica, pero donde sientan que me conocen y yo a ustedes, donde pueda proveerles ese confort que anhelan, ser para ustedes la persona que, en mis más bajas, añoraba tener a mi lado. Lamento no poder ofrecerlos nada concreto, me disculpo por desaparecer por un mes. Gracias por seguir aquí, espero poder… concretizar mis pensamientos próximamente y darles mejor contenido.

Por ahora, como diría Squidward;

Capítulo 2: «Straight», pero con Sazón

Previously on «Paradoja Neurótica»…

Hasta que un día, mientras estudiaba para un examen de Matemáticas en el Starbucks de mi universidad (o sea, un coffee shop pero que compraron muchos vasos con el logo de Starbucks), la conocí. (Sí, a la que les dije al principio, la que me trató como paño sucio, esa)...

(Imagínense que aquí va la canción del intro y sale el título)

Se paró al frente de mi mesa y aunque solo mantenía contacto visual conmigo, le hablaba a mis dos compañeras con las que estaba estudiando. Lo primero que me preguntó, cuando al fin se dirigió a mí, fue, «are you bisexual?».

(Yo quedé, así:)

Creo que cuando cuento esta historia, nadie entiende la importancia que estoy tratando de darle al hecho de que me preguntó si era bisexual. Si hacemos un rewind al principio (al Capítulo 1), recordamos que dije que «la primera vez que alguien pensó que yo era lesbiana, me sentí ofendida». Analizándolo bien ahora, probablemente fue por mi homofobía internalizada (la frustración que uno desarrolla al darse cuenta de que lo que te hace sentir algo positivo no es «normal») que desarrollé como mecanismo de defensa.

(Para contexto: En psicología, existe un mecanismo de defensa del cuál vemos ejemplos diariamente, sin fijarnos, y se conoce como formación reactiva. Wikipedia dice que es «cualquier comportamiento, actitud o hábito que marcha en la dirección opuesta a la de un deseo reprimido.» Yo, que te lo trato de explicar a mi manera, te digo que es el estereotipo que vemos en todas partes del abusador, macho-alfa homofóbico que después nos enteramos en realidad ha sido gay toda su vida y el enojo que siente nace de sentirse incomprendido. (O sea, Adam de Sex Education, Nate de Euphoria, Karofsky de Glee…) En mi caso, mi proyección negativa era poner a William Levy de fondo de pantalla y cada vez que comentaba sobre la apariencia de cualquier mujer, lo acompañaba con un #NoHomo.)

Representación gráfica de yo diciendo «no homo».

Me quedé perpleja cuando me preguntó. Nadie, nunca, me había preguntado si era bisexual. Para mi identidad reprimida; que estaba asustada y en posición fetal escondiéndose en un clóset vacío y oscuro, quedándose ya sin agua y racionando la comida, se sentía más válido. Bisexual implicaría que me gustan los hombres (o sea, soy «normal»), pero de vez en cuando podía admitir que dejaría que Megan Fox me pegara un chicle en la cara (No sé). Implicaba que soy «straight» pero con sazón. Mi búsqueda de validación y de sentirme convencionalmente atractiva se podía expandir. ¿Por qué dejar que solo los Brads y Chads me dieran validación, si Sarah y Jessica me podían hacer sentir igual? Obvio, todo este análisis ocurrió internamente y en medio segundo; así que a ella no le respondí nada al momento.

Procedí a ignorar la pregunta y a continuar estudiando de College Algebra. Una vez mis compañeras se fueron, volvió a mi mesa, se sentó al lado mío y me preguntó que si no le conteste porque no quise o si era por que no sabía. Yo le dije both.

Lo que le siguió a ese día fueron muchas investigaciones tipo FBI a ver si descubría el nombre completo de ella, y ver stories de sus amistades (bueno, las que teníamos en común), a ver dónde estaba. (Ya saben, no por stalker, pero para poder encontrarme con ella accidentalmente). Le siguió desarrollar una tensión sexual muy rara; como si Tom & Jerry deciden que son gay, pero no pueden estar juntos porque Jerry sigue haciendo que Tom quiera aplastarlo con un martillo de muñequitos.

Le siguió que, admitir que sentía algo por ella me llevó a confesarle a mis amistades que, efectivamente, tenían razón (pero no al 100%). Le siguió que la identidad reprimida que estaba escondida y racionando comida, logró salir y tratar de interactuar con el mundo luego de estar por 18 años siendo empujada adentro del clóset cada vez que intentaba salir a la luz.

También le siguió ella buscándome y buscando excusas para escribirme—que usualmente eran relacionados a que había tomado demasiado y decidió hablarme. Le siguió ella hablándome todos los días mientras estaba en mi casa en las Navidades, pero una vez llegamos a la universidad, me enteré que tenía novia.

Le siguió ella dejándose de la muchacha y buscándome tipo Rom-Com de los 2000’s, entrando al lobby de mi dorm para darme un beso e irse, sin decir nada (sí, de verdad pasó). Le siguió yo, confesándole que me gustaba (porque la primera vez no lo hice y ella me reclamó que por eso fue que se buscó otra novia) y ella dejándome en Read. Le siguió buscarse otra novia más, pero a esta le fue infiel conmigo (que no es algo que me enorgullece, pero no juzgué a Cassie en Euphoria porque yo fui Cassie en Euphoria (S2 Cassie—S1 la amamos).

Una vez la dejó, pensé que entonces teníamos un chance. No fue así.

Después me enteré por Twitter que, nuevamente, estaba empezando a hablar con otra. Eventualmente, se fue de la universidad, pero seguíamos hablando.

No entraré en muchos detalles sobre nuestra «relación«, solo les diré que fue un año de sentirme como basura el 95% del tiempo, por pensar que el 5% que quedaba, que era positivo (cuando quería serlo), valía la pena. Un año de ella teniendo dos y tres novias, todo mientras seguía hablándome y tratándome como su pareja. Un año de ella siendo capaz de decirme que me amaba, y de llamadas en donde se quedaba dormida porque mi voz le daba paz, y sin embargo; nunca quizo estar conmigo.

[TW: Su*cid*o]

Cuando al fin tuve suficiente fuerza de voluntad como para decirme a mi misma que merecía mejor, y terminar con ella; mandó unos mensajes.. preocupantes, insinuando que se haría daño al dejarla.

Procedí llamando al su*cide hotline (donde me pusieron en HOLD por como 20 minutos) y viendo a ver qué podía hacer al respecto.

(Aparentemente, la línea telefónica es para personas batallando enfermedades mentales y necesitan alguien con quién hablar por un rato—cualquier situación más seria que eso, te van a referir al 9-1-1.)

(Si llegaran a necesitar apoyo emocional de este tipo, pueden llamar al 1-800-273-8255. Mis e-mails y redes están disponibles siempre también. No se hundan en un vaso de agua, llamen a alguien que los ayude a levantarse para darte cuenta de que el agua es llanita.)

Ella me dejó de contestar los mensajes y las llamadas iban directo a su voicemail. Le escribí una vez más; dejándole saber que si no escuchaba de ella, tendría que llamar a la policía como método preventivo. Me respondió que por favor no lo hiciera, que estaba bien.

No volví a saber de ella hasta casi un año y medio después, cuándo me volvió a escribir y solo le contesté porque pensé que me daría closure.

Ella, no estaba interesada en eso. Ella, me dijo que había cambiado y mejorado, que su vida no tenía sentido sin mí y que ahora sí sabría valorarme porque yo fui de las mejores, si no la mejor, cosa que le había pasado. (No lo digo por echármelas—genuinamente me dijo todo eso.)

Yo, le respondí que lo que yo buscaba era «closure» y le recalqué que no la estaba ignorando, sino que no sabía qué decir…. mentí inconscientemente.

Nunca le contesté. Recibí un mensaje de ella un San Valentin y la volví a bloquear.

Un año más tarde, conocí al amor de mi vida. (Que ya no está en mi vida, pero pues.. fue el amor de una de mis vidas.) Conocí a alguien que me enseñó a valorarme y a ser independiente, hasta cuando estaba en una relación. Alguien que por primera vez me dijo «¿tú psicoanalizas a todos, pero quién te psicoanaliza a ti?» (sentí como si todos siempre me decían «estás bien pendeja»y al fin alguien me preguntó «pendeja, estás bien?») Y aunque después de tres años nos dimos cuenta que funcionamos mejor solas, no me arrepiento de nada. (No elaboraremos mucho sobre esto, ya que es reciente y fue una de las cosas que me empujó a comenzar a escribir públicamente— de la tristeza nacen las mejores obras, no?)

(Otro día les hablaré de lo increíble que era y de cómo ese sí fue mi primer amor genuino. Otro día les contaré de lo mucho que su presencia me trajo paz, y de cómo ella me ayudó a crecer como persona, pero por ahora…)

Nota del autor: Ahora sí es para crear tensión. Última parte sale el viernes (03/11).

Capítulo 1: El Clóset me Sacó a Mi

La primera mujer que me llegó a gustar (o mejor dicho, la primera que me pude admitir a mi misma que me gustaba), me usó como trapo sucio y viejo que dejas debajo del fregadero de la cocina porque está todo sucio, apestoso y roto; pero lo guardas comoquiera porque es el mejor que quita las manchas. (Como diría el Chapulín Colorado, se aprovechó de mi nobleza.) 

La primera vez que alguien me llegó a preguntar si era lesbiana, fue en décimo grado. Para mí, fue la ofensa más grande que me pudieran haber dado. Me pregunté qué daba la apariencia de que fuera gay; si mi obsesión con la escena en Jennifer’s Body donde Megan Fox y Amanda Seyfried se besan, o si el hecho de que en todos los casual day me vestía como Justin Bieber Circa 2010. No sé si me afectó más que pensaran que yo era gay, o si me afectó más quién fue la que lo pensó.

Digamos que fue la Serena Van der Woodsen de mi escuela, la Alison DiLaurentis, antes de que se fuera de Elite; la que en quinto grado era mi mejor amiga y la que llamaba por mi teléfono de Hannah Montana para gastar los 45 minutos que me quedaban disponibles, pero después cuando llegamos a escuela superior, terminó siendo más popular que yo y la distancia ganó. (En el mundo cinemático de Mean Girls, ella sería Regina George y yo Janis.)

Janis Ian, Mean Girls (2004)

Mi reacción inicial fue de asombro; nadie nunca había sugerido que yo era lesbiana (por lo menos no a mi cara); procedido por los «Stages of Grief»,

"No, probablemente la escucharon mal, hablaba de alguien más." (Denial) 
"Qué estúpida, cómo se atreve? Si ni nos conocemos ya." (Anger) 
"Puede ser que me vio con uno de mis hoodies de nene puesto, debería decirle que es de mi hermano o algo." (Bargaining)

Lamentablemente, hasta ahí llegué en esa ocasión. Terminé ignorando el hecho y me juré comprobarle que era la persona más heterosexual del mundo; como si los nenes no me dieran asco y como si los pipís no me aterraban (Tengo una relación muy complicada con el sexo, no me siento cómoda refiriéndome a ciertas cosas por su nombre—pero eso es un tema para otro día). Varios meses después; sin querer, le di con un zapato en la cabeza, me convencí de que me odiaba y no le volví a hablar hasta la universidad.

(Para contexto: Una de mis amigas había tirado una patada tipo Karate Kid en el salón, y había roto la ventana. Mientras eso ocurrió; yo salí del salón, muerta de la risa, e intenté imitar a mi amiga; sin tomar en consideración que éramos unas cretinas que usaban los zapatos como si fueran pantuflas de viejito millonario que duerme en batas, y que al imitar la patada de ella, mi zapato también terminaría volando y rompiendo algo más importante que la ventana, mi dignidad. Y la cabeza de «Sara.» (Se llama Carla, pero para disimular.)

Un tiempo después, para nuestra clase de «psicología», nos hicieron escoger roles aleatoriamente, y teníamos que presentar una mini obra en dónde desarrollábamos nuestros personajes. A mi (porque como saben, a el Universo le gusta usarme como stress ball), me tocó «alguien que es gay y no sabe cómo decirle a sus padres». El rol de mi «padre» le tocó al que yo juraba era el amor de mi vida desde quinto grado (hasta que un día me «fui de pecho» y literalmente dijo yo nunca estaría contigo), que solo lo hizo peor. Cuando salimos de la clase, fui a dónde una de mis amigas y le dije «soy una lesbiana que no sabe cómo salir del clóset», y ella procedió a emocionarse, abrazarme y decir «¡Lo sabía!».

(Que conste que fue la misma amiga que, eventualmente, sería la primera en enterarse, oficialmente, que no me gustaban tanto los pipís.)

Nuevamente, me sentí como si me acababan de decir que mi boca olía a ajo podrido, o que parecía que no me bañaba hace una semana (para mí, la peor ofensa que puedo recibir es sobre mi higiene. Lo psicoanalizamos después). Esta vez no tenía justificación; esta sí me conocía. Esta era de las amigas que su familia sabía mis platos favoritos, de las que me había visto llorar porque mi outfit no cerraba (sí, de verdad pasó); esta me había visto en hoodie y en falda; en crop-top y en sweatpants. Alguien con una percepción profunda de mí y pensaba que YO era GAY?

Mi misión, entonces, se convirtió en intentar ser la «bad girl» cliché de las películas. La misteriosa, incomprendida que tiene commitment issues pero si la llegas a conocer profundamente, te enamoras. La que nunca está con nadie seriamente, pero tenía muchos pretendientes por todas partes. (Siento que estoy describiendo la versión poética de una canción de Wisin & Yandel, pero ese es el vibe que quería dar.)

En fin, quería ser Megan Fox en Jennifer’s Body, pero sin comerme a los nenes (literalmente). Por razones fuera de mi control (probablemente más relacionados a mi apariencia física en la escuela superior, aumentados más aún por mi baja autoestima), no lo pude lograr en décimo y tuve que esperar hasta mi año senior para poder tener mi era de Brooke Davis (S1-S3) en One Tree Hill. (No veo películas, pero veo demasiadas series.)

En parte pudo haber sido que en mi año senior estaba en otro colegio; y no en el mismo en el que llevaba desde tercer grado (en el momento, cambiarme se sintió como el fin del mundo pero ahora, no me puedo imaginar un desenlace distinto). Nadie me recordaba como la que lamió tierra en tercero por un reto, ni como la que la primera vez que bebió en una fiesta estaba tomando antibióticos y terminó vomitando el trampolín de la casa de alguien. (El de Gabriela, pero nuevamente, para disimular.)

Un colegio nuevo me abría el panorama a ser misteriosa, genuinamente misteriosa porque nadie sabía nada de mí. Mi oportunidad de comprobar que nunca ningún nene de mi clase me confesó sus sentimientos porque mi personalidad era demasiado, y no porque no era atractiva. Aquí no me conocían, no habían visto mis defectos, ni mis outbursts incontrolables de necesitar atención. Y efectivamente, lo comprobé.

Les contaría sobre el primer nene que me llegó a gustar después de mi «padre» en psicología, y sobre cómo un viernes 12 de febrero me pidió un beso y juró que no tenía novia (ni nada por el estilo), y el lunes 15 (cuando celebramos San Valentin en la escuela) le envió una serenata (de esas que hacía el coro y el consejo de estudiantes para recaudar fondos) donde le dedicó «Solo para ti» de Camila a la muchacha con la que estaba saliendo; o que dos años después lo volví a ver en una parranda, (y yo, que no estaba en un buen lugar emocionalmente), traté de revivir la «llama», y él estaba muy ocupado tirándole a mi mejor amiga; pero eso sería muy directo.

Podría contarles, entonces, de cuando fui a Punta Cana en mi Senior Trip y descubrí que sí me encontraban atractiva en otros países, como Chile, México, Ecuador, El Salvador… pero mi mamá lee esto, así que mejor lo guardamos para otro día. Por ahora, les contaré sobre algo un poco más serio, algo que se me hizo muy difícil realizar, superar y que aún estoy mejorando.

No voy a profundizar mucho (no porque no es algo importante, sino porque es otro tema de los cuales les puedo escribir las cinco páginas double-sided, y preferiría dejarlo para otro escrito) ni voy a disertar una tesis doctoral sobre la feminidad y el valor interno de la mujer, pero sí diré que hubo un tiempo de mi vida dónde deje que mi validez interna dependiera de los demás.

(Ahora nuevamente nos transportamos a un segway tipo serie de Netflix, y aquí es dónde te doy un flashback que de momento no entiendes, pero después se conecta con lo demás, se los prometo.)

[Trigger Warning (TW): Hablo de Acoso Se*ual].

No estoy segura de dónde nació mi inseguridad, ni que fue lo que causó el hueco inmenso en mi ego que me llevó a pensar así pero, nunca me sentí lo suficientemente linda para ser acosada.

No leyeron mal; no me sentí, nunca, lo suficientemente linda para ser acosada. Sé que eso no es algo que debería pensar, ni mucho menos compartirlo con el internet; y no quisiera que nada dañara esta relación blogger—lector que hemos desarrollado hasta ahora (porque quiero que me sigan leyendo y me gusta pensar que le caigo bien a todo el mundo), pero siento que es necesario hacerlo para el contexto de la historia, y para ti, que me lees. Para que nunca pienses ni te sientas igual que yo me sentí.

No les estoy diciendo que soy del 3% de mujeres que nunca han sido acosadas (sí. Tres. 97% de las mujeres entre 18-24 años han sido acosadas en algún punto de su vida–un tema que tocaremos bien y a fondo, después), ni les estoy sugiriendo que cuando salía a la calle buscaba activamente que un viejo verde de 65 años bajara la ventana y me pitara; pero cuando tienes 15 años y tus amigas están más… desarrolladas que tú, es fácil confundir lo que uno quiere.

Les estoy diciendo que para mi mente de adolescente virgen que no tuvo ni su primer beso hasta los 17 años; el hecho de que a mis amigas las acosaran significaba (para mi) que estaban en plenitud. Pensaba que cuando nos agarraban las nalgas en el tumulto de los conciertos, era un halago. O que cuando un grupo de hombres me rodearon y comenzaron a decir «BESO! BESO!» en medio de una barra (aunque yo no conocía a ninguno de los que me estaba rodeando y mucho menos al que querían que le diera el beso), significaba que estaba tan buena que los hombres tenían que usar a sus amigos de excusa para hacer el primer «move».

Sé lo que están pensado, lo pienso yo también cuando miro para atrás. Yo era una tonta (por no decir pendeja, no me gusta hablar malo) y si pudiera ir para atrás en el tiempo, iría a donde mi «yo» de ese entonces; le daría una bofetada, un abrazo y le diría «loca, ponte pa’ número.» Le reiteraría lo horrible que se siente ser acosadas, lo horrible que puede llegar a ser...ser mujer, y lo horrible que será cuando se dé cuenta de todas las veces que la acosaron, y por insegura, lo dejó pasar como algo normal. (aunque claro, nunca fue culpa mía, que fue algo que tuve que aprender luego. Nunca es culpa tuya que te acosen.) Le diría que su valor nace de ella, y que se dará cuenta de lo mucho que vale un poco tarde (y que va a tener que gastar mucho dinero en psicólogos y terapeutas, pero por lo menos va a saber lo que vale).

(Nada, abundaremos más en temas así más adelante. Por ahora, vuelvo del flashback para explicarte por qué te dije todo esto.)

Brinquemos entonces a cuando fui para la universidad. En Estados Unidos. Con Gringos. (No es que tenga algo en contra de los United Estays, (aunque…) pero si han visto una sola película de adolescentes estadounidenses o series como Blue Mountain State, Greek, Euphoria…les puedo decir que sí parecen estar basados en eventos reales.) Mi fantasía de empezar desde cero, de reivindicarme completamente, se volvió una opción y ahora el «bad-girl» phase se convertiría en algo más real, más viable.

Efectivamente, ser una latina en un pueblo dónde lo más que habían visto de «cultura hispana» era el Taco Bell que quedaba al final de la calle, le vino bien a mi autoestima. Ignoraba por completo lo vacía que me sentía luego de una noche hablando con un Brad, o lo incómoda que me sentí la vez que besé a un Conrad (Brad no existe, pero ese sí), no me importaba que no me sentía ni plena ni vacía; estaba «fluyendo» (pensaba yo).

Hasta que un día, mientras estudiaba para un examen de Matemáticas en el Starbucks de mi universidad (o sea, un coffee shop dónde compraban vasos con el logo de Starbucks), la conocí. (Sí, a la que les dije al principio, la que me trató como paño sucio, esa).

(Nota del autor: No lo hago por crearles tensión, ni por tratar de jugar son sus sentimientos. Genuinamente, al escribir este blog, terminé escribiendo 10 páginas y no quería torturalos y que tuvieran que leerme trauma dumping por 10 páginas corridas–mejor se los expando para que lo sientan como menos.

Parte 2 sale el Miércoles (03/09)