No soy yo, es El Diablo.

Pasé gran parte de mi adolescencia pensando que era una psicópata y el resto de ella, anhelando que tuviera un tumor en el lóbulo frontal, benigno, que estaba controlando mis emociones y decisones.

No quiero que piensen que soy una insensible (he presenciado lo difícil y aterrador que puede llegar a ser manejar tumores en cualquier lugar, y no se lo desearía ni a mi peor enemigo, pero recuerden que este espacio es para compartir los pensamientos que te susurra el diablito que se te sienta en el hombro cada vez que tienes que tomar una decisión), ni que sufría de hipocondría compulsiva y necesitaba evidencia física que comprobara que, efectivamente, me pasaba algo.

(El diablito y ángel a los que me refiero más adelante)

No fue nada así, pero para poder entender, tenemos que ir por partes.

De pequeña, era muy cruel. No pienso que era apropósito, y probablemente mi ansiedad e inseguridades exageraron cuán «mala» era (en kinder, por ejemplo, mordía a los nenes–algo que, cuando cuento, los que me conocen usualmente dicen «no me sorprende», y en primer grado recuerdo que empujaba a una nena que podía, literalmente, aplastarme como cucaracha si quería (ella medía como 5’5 y yo mido como 4’9 desde que tengo 7 años.), pero nunca lo hizo. A mi mejor amiga, que conozco desde tercer grado, llegué a amenazarla con un tenedor (no sé) y probablemente fui su primera relación tóxica (que ya hemos hablado sobre eso y superado y pienso que es la amistad más genuina y saludable que tengo y tendré), pero al crecer, desarrollé cierta necesidad de comprobar, aún no sé si a mi misma o a los demás, que soy buena persona.

Es una necesidad que, aún no he superado (que puede ser una de las razones por las cuáles sobre-explico todo y busco reiterarles constantemente que no quiero que piensen mal de mí), pero que he mejorado a través de los años. Solía ser una necesidad que me consumía, que me dominaba y me hacía poner a todo el mundo sobre mí. Ahora, solo es un pensamiento que me susurra el diablito en mi hombro y que puedo manejar. Sin embargo, imagínense cómo me sentí cuando una de mis amistades me dijo que le daba como «vibes de psicópata». Que conste que, nunca me ofendió, simplemente creó un conflicto en mi cerebro que me llevó a pensar que yo era un fenómeno extranjero aún no descubierto.

Usualmente, si te dicen «psicópata», piensas en asesinos. Tal vez piensas en Ted Bundy o Jeffrey Dahmer, puede que te imagines a Christian Bale en American Psycho (no, tampoco la he visto), o a Dexter de… pues, Dexter. Puede que te imagines a tu ex, o a tu madrastra, al perro de tu vecino o a Donald Trump. Aún así, Google dice que «psicópata» no es un diagnóstico oficial. Psicológicamente hablando, un psicópata es alguien que sufre un trastorno de personalidad antisocial. (Sí, cada vez que se refieren a ustedes mismos como antisociales, se están diciendo Ted Bundy. El término correcto para un introvertido sin interés de interactuar con la sociedad, sería asocial. O yo.)

Dexter, Dexter

Hay muchos conflictos en este diagnóstico, ya que se sabe muy poco, y lo que sí se sabe se contradice por todos lados. Aún así, para efectos oficiales (y para nosotros), nos vamos a dejar llevar por las señales o síntomas más comunes que presentan en este trastorno. Un comportamiento socialmente irresponsable (o sea, matar al perro de tu vecino porque se hizo caca en tu jardín (sí, te hablo a ti Gru de Despicable Me), ignorar/violar los derechos de los demás, incapacidad de demostrar entre lo que está bien y mal, y una incapacidad de sentir remordimiento o empatía. Tienden a ser mentirosos compulsivos y manipuladores, tienen problemas recurrentes con la ley y una indeferencia general hacia la seguridad y responsabilidad. (Eso dice healthline, por lo menos.)

En arroz y habichuelas, (como decía mi maestra que accidentalmente buscó un video porno mientras intentaba buscar un video de un grillo «molting»–una historia para otro día), un psicópata actúa impulsivamente; como si se dejara llevar por el «diablito», pero sin sentir nada. No necesariamente todos se convierten en asesinos en serie, ni en depredadores desalmados, pero sí tienden a tener tendencias más…rebeldes, dígamos. (Algo que yo, nunca tuve. Yo era buena. Era.) Cosas que uno pensaría «quién quisiera eso? Uy!», pero para alguien que sentía demasiado, la idea de alguien que no siente nada es casi un sueño. (O por lo menos pensaba, he tenido momentos dónde siento «nada» y es un vacío horrible.)

Trigger Warning: Toco temas sensibles más adelante (depresión, ansiedad, self-h**m…) Lean a su discreción.

Yo, juraba que era un fenómeno extranjero porque, aunque nunca le haría daño a nadie, sí me haría a mí. Y si me podía hacer daño a mi misma sin sentir remordimiento ni empatía, era una psicópata, pero solo contra mí. Pensar así, me quitaba el deseo de que fuera un tumor, y le daba sentido a todos los pensamientos que tenía que se sentían… únicos. Pensamientos que, aunque nunca lo había confirmado, solo pensaba yo. Las veces que no me ponía el cinturón apropósito, o cruzaba la calle sin mirar, las veces que me imaginaba una muerte tipo Final Destination cada vez que parabamos detrás de un camión, las veces que veía un cuchillo y en lo que pensaba era en mi vena yugular; todo tenía sentido, era un trastorno de personalidad. Lo que tenía que hacer era aprender a manejarlo y ya, resuelto.

El «tumor» se convirtió en el diablito y comencé a distinguir entre mi «yo normal» y mi «yo psicópata» (una vocecita que me presigue hasta el sol de hoy, pero ya no sé ni cómo llamarle–mi psicóloga dice que le llame ansiedad, pero no sé. Ese nombre como que no le pega.) El diablito que me decía que cada vez que me pelaba con mis amistades, ya–capüt, se fueron de mi vida. Procedo a encerrarme en mi cuarto a llorar mientras escucho Reik debajo de mi sabana (de verdad pasó, Me Duele Amarte todavía me da bien duro). O que cada vez que alguien de mi familia se enojaba conmigo significaba que ya, me odiaban, como si no llevaran los 23 años de mi vida dejándome saber que me aman incondicionalmente.

Me daban celos, pero celos casi posesivos que no podía explicar, y nacía de la voz en mi cabeza diciéndome «mira lo fácil que es reemplazarte, si mejor que tú hay mil», y cuando me importaba alguien, o mejor dicho cuando tuve mi primer grupo de amistades que satisfacía mi fantasía del trio de amigues en cualquier serie clichosa de Disney en los 2000’s, mi peor miedo automáticamente se convertía en perderlos. El «diablito»me convencía de que tenía que hacer todo lo posible por mantener a mis amistades, sin importar lo que tuviera qué hacer.

Trio clichoso de Disney Channel

Las veces que lamí tierra, o que me metía en problemas por no hacerle caso a mi familia en un intento de satisfacer ambos lados, porque por una parte estaba el miedo de perder a mis amistades y por el otro el de decepcionar a mi familia (que puede ser la razón por la cuál he visto Turning Red en Disney+ por los menos 15 veces desde que salió–veanla, está bien buena); las veces que permitía que me «gaslightearan» (no sé cómo se dice en español, pero gaslight me), o que me trataran como menos, que me tomaran por sentado. Las veces que me hacían sentir insegura por la ropa que me ponía, o las cosas que me compraba; solo para luego pedírmelo prestado dos días después. El diablito me convencía de que mi valor individual no era suficiente y nunca lo sería, así que tenía que hacer tres veces del esfuerzo necesario para satisfacer a los demás, aún cuando no me satisfacía a mí, aún cuando me drenaba emocional y físicamente. (Que conste que, esas amistades son las mismas que son mis fanáticos #1 en esta página y que lo que digo, no lo digo con resentimiento ni pienso que fue culpa de ellos que me sintiera así.)

Pienso que mis inseguridades me hacían ponerle un peso inmenso encima a mis amistades, y mi afán por que mi vida sea como una película/serie no ayudaba; no creo que mi mejor amiga iba a llegar a dejar su segunda identidad secreta por mí (Hannah Montana:The Movie, si no entienden la referencia, no entiendo qué hacen aquí). Lo que quiero decir es, creé expectativas falsas de las personas que me rodeaban y cuando no las cumplían, sin importar cuán irrealizables fueran (porque literalmente eran basadas en personas ficticias) me decepcionaba. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que mis fallas impactaban mis perspectivas y que, aunque ninguna de mis amistades ha sido perfecta, yo tampoco lo he sido y… that’s okay. Las amistades no se basan en fallas o imperfecciones, se basa en quién está ahí cuando el túnel está alumbrado y el que se queda cuando está tan oscuro que no puedes distinguir ni las sombras–(y pienso que las personas en mi vida actualmente cumplen con los requisitos–sé que me leen, los amo).

El diablito me convencía de que mi familia, por más que me dijeran cuán orgullosos estaban de mí, o cuán inteligente pensaban que era, solo lo decían porque sentían que tenían que decirlo (que debo notar, no es el estilo de mi familia. Mi familia te dice las cosas, de una manera cruel y cruda y espera tu reacción. Si es negativa, como suele ser, se ríen y dicen «es broma»–tengo muchas historias así, ya anhelo contárselas. «Bájate del carro»). Que no importaba cuánto me esforzara o cuán lejos llegara, nunca iba a ser suficiente. Porque aunque cumpliera con las expectativas de ellos, nunca cumpliría con las expectativas que impuse sobre mí (las mismas que creo me imaginé a los trece años; el sueño de convertirme en una escritora famosa joven, con mi best-seller millonario y los miles de productores que me iban a contactar para desarrollarlo como una serie–que yo iba a escribir, producir, dirigir y protagonizar (sí, tipo Lin-Manuel Miranda). Cabe decir, entonces, que cuando cumplí veinte años, oficialmente ya no era «teen», entré en un pre-pre-quarter life crisis por esta presión imaginaria que me impuse y el hecho de que sentía como si todos a mi alrededor seguían adelante con sus vidas, y yo estaba estancada en el mismo sitio. Todo lo cuál me decía el diablito.

(Ahora, les voy a decir algo medio triste, medio… preocupante. Algo que creo que solo llegué a compartir con dos personas y una de ellas fue mi psicóloga–ya no pienso así, estoy mejor. No se asusten. Discreción, (TW) nuevamente.)

No les puedo decir que llegue a una solución fácil ni directa, no les puedo decir que mis «coping mechanisms» fueron los mejores, pero por un tiempo, mi único consuelo era pensar… no me puedo morir, no le puedo hacer eso a mi mamá. No pensaba en mi papá, ni en mis abuelos–todos los cuáles se irían en crisis si me da hasta un catarro, no me podría imaginar algo peor–no pensaba en mis amistades, «ellos lo van a superar, sabe Dios si están hasta mejor…», no pensaba en mis perros ni en mis güimos, o en mis tías que, nuevamente, se irían en crisis. No, decidí que el peso caía sobre mi mamá. Decidí esto, luego de ver Thirteen Reasons Why (Sí, súper estúpido, clichoso pero recuerden–mi afán era que mi vida fuera una película). Mi pensamiento viendo esa serie nunca fue «wow, cómo pudo hacer eso por esas razones?» ni que esta sobre reaccionando, mi pensamiento siempre fue «cómo le pudo hacer eso a su mamá…(que cabe decir que Kate Walsh se botó (la que hace de la mamá que también es Addison en Grey’s y creo que sale en The Umbrella Academy).

Me mantuve así por un tiempo. Con ese pensamiento, y un desinterés constante por todas las cosas que me solían gustar. No sé en qué momento sentí el deseo de buscar ayuda, no puedo recordar qué fue mi rock bottom (no sé si por qué siento que hay tantas posibilidades de cuál haya sido, o si es que mi mente lo bloqueó de mi memoria en un esfuerzo de proteger la poca dignidad que me quedaba), pero decidí hablar con uno de los consejeros de mi universidad (que era guapísimo, wow). Me ayudó, me sentí mejor, dejé de ir. Y seguí en ese ciclo hasta… bueno, ahora mismo estoy en el ciclo (pero mi psicóloga me quería cobrar demasiado así que.)

Sin embargo, las últimas dos psicólogas que tuve siento que fueron las más que me ayudaron silenciar al diablito. A aprender a distinguir entre los pensamientos que quieroo que estén presentes, y los que el diablito está tratando de imponer. Aún hay veces que vuelven, hay veces que se siente como si el diablito ya ni me susurra, me grita al oído, pero poco a poco uno va encontrando formas de manejarlo.

De vieja fue que vine a comprender que el diablito, efectivamente se llamaba depresión y que tenía razón, yo no estaba completamente en control de mis sentimientos ni mis acciones–pero no porque me controlaba un tumor, sino que los químicos en mi cerebro decidieron tener una fiesta y se les olvidó invitar a serotonina, y ahora se chavaron. (O si quieren una explicación más Disney, era Riley en Inside Out. Mi felicidad y tristeza se fueron a dar vueltas por mis memorias y dejaron a mi enojo y mi asco en control.) De vieja, fue que vine a entender que sí estaba enferma, y que aunque no fuera igual de visible que una herida abierta, o un tumor en el cerebro; estaba igual de presente que un dolor de cabeza o un catarro. Por más que no quería aceptarlo, era una enfermedad sin cura. Una enfermedad de la cuál te pueden ofrecer formas de manejarlo, o consejos de cómo mejorarlo, pero nunca cómo dejar de sentirlo. (Y no, lamento decirles: Noticia de Última Hora: Decir «no estés triste», «sonríe más», «sé feliz», «ay, eso es mental», NO lo soluciona. Dicen los científicos, por si eso los hace creerlo más)

Este, lamentablemente no es otra narrativa mía dónde sobre-comparto todos mis pensamientos y hago un «trauma-dump» en el internet para luego acabar con una nota fresita y positiva asegurándoles que todo va a estar bien, porque no quiero ser hipócrita. Esta soy yo, compartiendo mis pensamientos más oscuros a ver si al sacarlos a la luz, se van. Esta soy yo, añorando que alguien en alguna parte del mundo me lea y diga «entiendo completamente» o «wow, yo pensaba que yo era el/la/le único/a/e que pensaba eso», y que esa misma persona esté mejor ya o que al leer esto, se dé cuenta de mi mejora y empiece a buscar la luz al final del túnel. La misma luz que yo, sigo persiguiendo, y cada vez que pienso que estoy apunto de agarrla, me tropiezo y se va. (Estoy bien, no se asusten.)

Esta soy yo diciéndoles que estaba peor de lo que estaba hoy y que, aunque mi yo de trece años estaría decepcionada en que todavía no tenemos millones de dólares y no fuimos la mujer más jóven en ganarse el premio Nobel de literatura; pero mi yo de diesciseis años estaría aliviada de que el dolor de pecho se fue, y el deseo de llorar constante ya no me consume. No busco, activamente, alejarme de las personas en mi alrededor ni me han dejado de interesar las cosas. Mi yo de diesciocho años estaría decepcionada de que ya ni una margarita me puedo tomar sin que me den náuseas, pero orgullosa de que haya buscado ayuda y haya tomado una inciativa por mejorar.

Les puedo decir que buscar ayuda, efectivamente, ayuda a silenciar al diablito, aunque sea un poco. Hacer ejercicio hace que se me olvide que el diablito existe por el hecho de que dejo de sentir mis piernas y mis pulmones se sienten como si fueran a explotar, enfocarme (aunque se me haga sumamente díficil por mi ansiedad/adhd no-diagnosticado) en algo ayuda también y mantener como siete formas de «media» prendidas a mi alrededor ayuda a silenciar al diablito, o por lo menos, distraerlo (por tanto, tengo mi «google home» con lo-fi hip hop beats, en mi iPad pongo algo para ver (usualmente Infieles en Youtube, que es de esos reality shows que son tan malos que son buenísimos, o una de las Ice Age en Disney+—son 5 y solo son válidas en español, igual que todas las Shrek y Mulan), en mi computadora trabajo/escribo/hago estupideces, y en mi teléfono subo y bajo en todas mis redes, leyendo los mismos cinco tweets de las únicas tres personas presentes).

Ser más abierta sobre mis emociones y mis luchas, con mis familiares y amigos, me ha ayudado a validar mis emociones—hasta las negativas, y a hacerme sentir que no es que esté «loca», ni que soy un fracaso total—no es un tumor ni que sea una psicópata—sino que es algo que, lamentablemente, le ocurre a sobre 264 millones de personas. Y lamentablemente, los últimos años han sido tan difíciles para todos (menos para los dueños de Charmin), que es algo común. Algo normal que debería dejar de ser un tabú. (Y esto lo digo de manera cruda y lo lamento—nuevamente, discreción)

El hecho de que alguien no comparta sus ideaciones suicidas o pensamientos negativos, o que le digas que «no diga eso» o que «no piense así», no le quita los pensamientos ni los hace desaparecer—permanecen ahí y ahora es peor porque, ahora están ahí en silencio. Siguen presentes, pero le estás exhortando a la persona a que se los quede guardados y, por lo menos para mí, soltarlo es… terapéutico, libertador. Siento que compartir lo negativo, le quita el poder al «diablito». Es como chotearle a la maestra que el nene que se sienta atrás tuyo te sigue dando patadas, lo tiras al medio y se abochorna.

Compartir lo negativo lo saca de mi cabeza, y mi cabeza tiende a ser «hoarder«. Guarda las cosas y las deja ahí, sin importar que estén expiradas o podridas ya, las guarda y hace aparentar como si siguen siendo importantes —cuando efectivamente, son basura. Siempre se me ha hecho muy difícil superar las cosas, y pienso que cae grandemente en el poder que le daba al diablito hoarder en mi cabeza. Lo dejaba que me siguiera atormentando con lo mismo, ahogándome en un vaso de agua. Ahora, cuando empiezo a sentir que me ahogo, trato de respirar, mirar para abajo y tratar de ver si genuinamente me estoy ahogando en una corriente interminable (o sea, si estoy dejando que mi ansiedad sobre-analice todo y cree un worst case scenario que no es ni realístico) o si estoy en un vaso de agua acostada y lo que tengo que hacer es levantarme y ver que estoy en lo llanito (y sí, un vaso, en cualquier otra cosa sigo sintiendo que me ahogo, pero porque soy bien bajita.)

Así que no sé, tal vez lo negativo los ayudé a ustedes también. (No sé si se han fijado, pero no soy muy buena concluyendo las cosas—pienso que es o por lo de las expectativas imposibles sobre mí misma (que todo lo que escriba tiene que ameritar terminar en la lista de los «best-sellers») o puede ser mis «abandonment issues» y que concluir un escrito implicaría que estoy acabando mi relación blogger —lector, no sé.) Aunque les dije que no iba a darles un final fresita, mentí, los voy a dejar con las dos frases cliché que, genuinamente me han tocado algún área del alma, y que comparto con mis amistades como forma de consuelo.

La primera, es un clásico:

«Las nubes grises también forman parte del paisaje»

Ricardo Arjona, Fuiste Tú

Porque, efectivamente, sin lo malo, lo bueno no se siente tan impactante. Por eso es que tendemos a tomar por sentado cuando todo va bien.

La segunda, me sorprendió porque salió de una película de muñequitos, que siento siempre tratan de tener un mensaje más profundo y un tipo de moraleja, y fue:

«When you’ve reached rock bottom, there’s only one way to go, and that’s up!»

Buster Moon, Sing (2016)

Y aunque no suelo ser muy optimista (porque siento como si cada vez que pienso que estoy en «rock bottom», descubro otra capa terrestre debajo mío que no sabía ni que existía), sí confieso que me inspiró a pensar que, tal vez, las cosas sí pueden mejorar. Puede que todo empeore antes de, pero eventualmente, mejoran.

La última (que dije dos y mentí, perdón, ya saben que no soy narradora confiable), apareció hace poco (en la misma película que he les dije he visto mil veces ya (o sea, todos los días desde que salió), Turning Red) y me impactó de una manera… distinta.

«People have all kinds of sides to them. And some sides are messy. The point isn’t to push the bad stuff away. It’s to make room for it, live with it.»

Jin, Turning Red (2022)
(Turning Red (2022)

Supongo que eso mismo aprendí a hacer, aprendí a manejar la voz, el lado «psicópata», el diablito, como le quieran llamar, aprendí a vivir con ese lado de mí. Lo importante era saber distinguir entre que pensamientos le pertenecían al diablito (a la ansiedad, que como dice mi casi madrina «no me pertenece, solo me visita de vez en cuando, pero no tiene por qué quedarse) y los que me pertenecían a . A tratar de flipear la perspectiva de una manera dónde entendiera que, efectivamente tenemos pensamientos que no podemos controlar, pero saber manejar la importancia que le damos es lo que determina nuestra sanidad.

Espero que ustedes también, aprendan a manejar a sus diablitos.

(Yo sigo intentando, hay veces que no puedo pero… poco a poco, no?)